"La nota" -relato corto

“La nota” - relato corto


LA NOTA

Aquella no era una noche como tantas. Aquella noche por fin iba a conocerte y te juro que me moría por dentro. Dulce muerte la que me dabas tú, que con tu llegada a mi vida me habías devuelto la ilusión. “Sólo busco amistad”, me habías prevenido. Y yo, ingenua de mí, me había dejado llevar por tus palabras, como olas del mar en la marea. Y prometiéndote no querer nada -nada tampoco, más que pura amistad- fui enamorándome. Pero en secreto.

Y aquella noche te iba a conocer. De la magia un poco fría del chateo al calor de la piel en cercanía. Nervios. Creo que me engañaba un poco a mí misma queriendo convencerme de que podría conversar tranquilamente contigo y no sentir ganas de confesarte mis sentimientos, pero me había jurado que no me delataría. No quería perder nuestra amistad. Pero me estaba arreglando como niña en domingo. Y es que en el fondo me aferraba a la idea -como náufrago al bote-de que que también sentías algo por mí. Quizás -pensaba- te habían herido en el pasado y no querías saber nada del amor.
Pero esa noche, amor, habíamos quedado.

Cuando llegué ya estabas. Sonreí. Dos besos. Hola guapa. Estás preciosa. Qué puntual. Protocolo y rompimos el hielo. No quisiste entrar en La Luciérnaga y fue entonces, de pie delante de tu moto, cuando descubrí por qué no querías nada conmigo. Tu corazón pertenecía a Amanda, una camarera del local. Glups. Te pasaste tres horas hablándome de ella. De que sus ojos patatim, de que su color de pelo tralará, de aquel olor de su piel -vainilla dulce-... ¿Te digo la verdad? No te escuchaba. Oía, sí, tu voz de terciopelo e iba asintiendo, pero me concentraba solamente en ese lunar caprichoso de tu boca. De pronto te callaste. No me escuchas. Que sí. Que no. Que caiga un chaparrón. Y así, de pronto, estalló una tormenta de miedo, confabulándose con mis pensamientos. Y a kilómetros a la redonda sólo estaba abierta La Luciérnaga, así que en un acto que aún no comprendo, entre masoca y protector, te dije: Venga, entremos. Me sentía guardiana de tus miedos y protectora de tus sentimientos. Quería ayudarte; de algún modo quizá sentía que así te ganaba.
Amanda estaba en la barra del bar y nos sirvió con desdén y, por qué no, mala cara. Pero dejó una nota en tu mano al darte el cambio. Me fijé en ello y ya no pude concentrarme en mi bebida. Me bebí la pajita succionando la copa. Me subió el hielo. Tú no te diste cuenta pero no pude apartar la mirada de tu mano, que apretaba la nota. Y entonces te cogí de las muñecas, como haciendo manitas. La nota estaba allí, muy tuya, secreta. Tus manos en mis manos. Un minuto. Ya duran demasiado los mimitos, no debo delatarme. Pero de un modo u otro al desasirnos me quedé con el trozo arrugado de papel entre los dedos. Y me moqué con él, cual triste kleenex. Voy al lavabo, dije. Saqué mi libretitanotatodo y mi boli bic y copié la horrible caligrafía de Amanda. Pero cambié, obviamente, el mensaje: “No tenemos ya nada que decirnos. Vete antes de que plegue o te denuncio por acoso. Amanda.” Era una perrería, pero ya estaba hecho. Te quería y quería tenerte para mí. Yo, mí, mía. Al volver a la barra cerré la confusión. Me agaché y fingí recoger un papel del suelo. ¿Es tuyo esto? Cogiste la nota desesperadamente, y la leíste. Miraste a Amanda extrañada, y ella te devolvió una mirada fría. Y a mí ni me miró. Yo sabía por qué. Vámonos, no pinto nada aquí, dijiste. Me sentí mal, tramposa, sucia, asquerosa y ruin.
Y fue entonces cuando ocurrió el desenlace fatal. Al salir del local una chica, detrás, leyó de pe a pa la nota original, rescatada probablemente del suelo del lavabo donde yo, torpemente, no me había deshecho suficientemente bien de las pruebas: Susana, tenemos muchas cosas de que hablar. Plego a las cuatro. Tú fuiste el faro en mi soledad, por ti casi me mato. Nuestra relación fue como un vendaval, pero ese viento el fuego aún no ha apagado. Hablemos y volvamos a empezar algo nuevo. Te amo. Amanda”
Me miraste enfurecida. Yo me quería morir. Y eché a correr. Aún corro. Y estoy corriendo todavía en dirección contraria a mi conciencia. Tú ya no existes, y ahora te quiero más, pues te he perdido sin haberte tenido ni siquiera, e idealizo lo que hubiera sido besar tus lindas manos, ese pelo, rozar tu bello y joven corazón, acariciar tu cuerpo. Soy sólo una cobarde mentirosa, por eso sigo sola.













FIN

Haydée Nora Gómez Hernando

Comentarios